Ayer, ¡al fin!, pude hacer una excursioncilla a algún pueblo cercano a Roma y el destino de nuestro viaje fue Orvieto.

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Nos pusimos de acuerdo Nadia (una chica brasileña), Violeta (antigua compañera de instituto) y yo en quedar a las ocho y cuarto y coger el tren de las nueve menos cuarto para así llegar temprano y poder aprovechar el día. Esas eran las intenciones porque, como me viene pasando últimamente en Roma y en domingo, los astros se alinearon contra mí y no hubo manera de que pasase ni un solo medio de transporte a tiempo para llegar a Termini. Así que, para mi gran cabreo y desilusión, perdimos el tren, pensaba yo, por dos minutos, pero las chicas, que ya estaban allí en el andén esperándome, dicen que, para más inri, ¡el tren salió con algunos minutos de adelanto! ¡Tiene guasa! Siempre de huelga, siempre con retrasos, y para un maldito día que llego tarde (¡dos minutos!), sale con antelación. En fin…

Pues bien, después de esperar dos horas en Termini y, por lo menos, desayunar algo, finalmente cogimos un tren a las once. Llegamos a Orvieto y cogimos un pequeño funicular que nos llevaba hasta el centro del pueblo, que está en lo alto de una montaña, por así decirlo. Estuvimos dando un paseo por la zona y viendo la catedral que es impresionante (tiene muchísima influencia de la escuela de Siena) y, claro, nos entró hambre –una, que ya está acostumbrada al horario italiano, jeje.

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En fin, que estuvimos buscando un restaurante pero todos los que nos parecían bien estaban cerrados así que, a sugerencia de Nadia, le pregunté a unos señores que pasaban por allí si eran del lugar y si nos podían aconsejar algún sitio para comer. Nos aconsejaron un restaurante que se llama La Palomba, pero nos dijeron que probablemente estaría lleno. Nos dieron igualmente las indicaciones para llegar y nos despedimos. Poco después, en la misma calle, nos los volvimos a cruzar y, ahora viene lo fuerte, uno de ellos nos dijo “¡esperad!”, cogió el teléfono, llamó al restaurante que, efectivamente, estaba llenísimo y, echando mano de, por lo que se ve, sus influencias, nos reservó una mesa en la susodicha osteria.

¡Qué detallazo! Sí, porque comimos de lujo y no fue tan caro: pasta con salsa de trufa negra (con trufa recién rallada por encima… ¡ñam!), spaghetti alla carbonara con trufa negra, y tagliatelle con ragú de jabalí. ¡Impresionantes! Todo acompañado de un buen antipasto de la casa y vino tinto de la tierra. ¡Salud!

Al salir, fuimos a visitar la catedral por dentro, en la que se encuentra una pietá de Ippolito Scalza y una capilla decorada por el Beato Angelico y Luca Signorelli. Esta última, sobre todo, nos dejó impresionada, no tanto por la temática de los frescos (el fin del mundo, la predicación del Anticristo, la resurrección de la carne, etc), sino más bien por la manera de representarlo: verdaderamente particular.

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Después seguimos viendo el pueblo, nos tomamos algo y, al final, cogimos el tren de vuelta para casa. Llegamos reventadas, eso sí, ¡pero con muchísimas ganas de repetir excursiones como esta!

[Las fotos que hicimos las colgaré en cuanto las tenga]

Esta mañana me dió por desayunar con una buena taza de café con leche (para los que no lo sepan, me quité del café nada más volver de Italia y, de momento, no he querido volver a coger tan sana costumbre para no depender de la cafeína). Y resulta que, aún sin tener sueño ni nada por el estilo, tres horas más tarde me tomé un segundo café, como se suele decir, "asín porque si". ¿Resultado? Bajonazo físico-anímico que te crió.

¿Alguien lo entiende?

Yo no, así que después de llamadas desesperadas a Nico, seguí su consejo y me eché una buena siesta, seguida de una ducha al despertar y... ¡al final he preparado mis clases de mañana con una velocidad y concentración nunca vistas!

Repito: ¿Alguien lo entiende?

Como no me lo explico y, sinceramente, me da lo mismo ya, porque ni yo misma me entiendo, os cuento que he aceptado la invitación de mi colega-amiga-vecina Pascaline y, dado que hoy es el día del crêpe en Francia... ¡me voy a su casa y me pongo púa! ¡Wihi!
¡Qué exageración! ¡Cómo me paso!

"Sí, sí, ahora que estoy en Roma otra vez, me voy a poner a esciribir en el blog de nuevo..." ¡Y un mojón! jajaja. Han pasado prácticamente tres meses desde la última vez que escribí, y no porque no haya pasado nada, sino porque la vagancia me acompaña... y he pasado de escribir.

Va, me lo propongo de nuevo: ¡Tengo que escribir en el blog!

A ver si esta vez es verdad...