Ya ha llegado. Ahora sí. La Navidad se siente por toda Roma, y no cabe duda alguna: Hace un frío terrible, las calles están decoradas (algunas con más gusto que otras), el gigantesco árbol de Navidad de San Pietro y el Belén ya están puestos, y las calles están abarrotadas de italianos prácticamente histéricos que se lanzan a las tiendas dispuestos a llevarse todo lo que encuentren a su paso.
La Navidad aquí no es la misma que en España. Aquí el olor de las castañas no es tan intenso, y por un paquetito te cobran un pastón. No se comen polvorones, sino Panettone o Pandoro. Y como todos ya sabeis, en Fin de Año no comen doce uvas, sino que cenan su buen plato de lentejas, y se pasan la noche jugando a las cartas y al bingo. ¡Qué grandes son! Jajaja.
Eso sí, hay cosas que ni por Navidad cambian: La cola que se forma siempre fuera de la Tienda Disney no ha disminuido con la Navidad, ni tampoco, cosa extraña, se ha hecho más larga. La gente sigue abarrotando Via Condotti para curiosear los escaparates de Chanel y Valentino... Y yo... bueno, yo sigo loca por esta ciudad.
¡Feliz Navidad a todos!
Llegó a casa dando pequeños saltitos. Era casi como flotar en el aire. Abrió la puerta principal y se dió cuenta de que, cosa extraña, al llegar esa noche a casa no moría de ganas por meterse en la cama y dormir muchas horas como tanto le gustaba. En cambio aquel día lo único que quería era seguir caminando, seguir dando pequeños saltitos que la llevasen a no importa dónde... sólo caminar.
Entró en casa. Se cambió. Mientras organizaba un par de cosas empezó a darse cuenta de que algo especial había ocurrido, aún sin saber todavía realmente cómo ni qué era.Se tumbó en la cama. La oscuridad de la habitación la invitaba a relajarse y reflexionar.
Finalmente cerró los ojos y entonces lo comprendió todo: La Ciudad Eterna la había atrapado... para siempre.